Y dijo el Universo: ‘No es bueno que andemos a oscuras’, y creó los fotones

Cuando hace unos 15.000 millones de años (que rápido se dice;) estiman que nació el Universo con eso del gran “¡pum!” (el Big Bang), todo, lo que se dice todo, estaba comprimido en un punto que, para hacernos una idea y como suele decirse, era menor que el que cerrará esta frase. De qué había antes del punto eso no me preguntéis, porque no se sabe con certeza que es lo que había o si había algo antes de que naciera el todo, incluido el tiempo. Bueno el caso es que desde el gran pum, comenzó a contar el tiempo y el espacio se fue ensanchando, alejándose poco a poco de aquel primigenio “centro”.

Claro, os podéis imaginar cómo de chunga estaba la cosa, todo el Universo (que también se dice pronto) metido en un espacio tan pequeño.
 Para que se vea un poco mejor a dónde queremos llegar, vamos a poner el ejemplo del agua.

Tenemos agua a muy bajas temperaturas, por debajo de cero, y se encuentra en estado sólido, vamos, que es hielo. Si observáramos el hielo con un microscopio del copón podríamos constatar que, como en todo estado sólido, las moléculas de agua o cachos pequeños de los que se compone el agua y todo lo demás (la llamada materia en general) están muy juntos, pegados y es difícil separarlos. Por eso los sólidos forman una estructura compacta.

Si aplicamos el suficiente calor, el agua (y cualquier sólido) se funde, se derrite y pasa a ser líquido. Si ponemos la lente de nuestro supermicroscopio veríamos que las moléculas se han soltado unas de otras en muchos casos. Algunas permanecen unidas con otras, pero otras lo están mucho menos. El líquido fluye, ya no es una estructura rígida.

Si seguimos aplicando calor, el agua se evapora. Las moléculas se terminan de separar unas de otras y fluyen libremente, a su antojo. Por eso un gas no tiene forma, sino que tiende a dispersarse y a ocupar todo el espacio del sitio donde se encuentre.

Si seguimos aplicando aún más calor, pero mucho mucho más calor, el gas se vuelve plasma, que así llaman a este cuarto estado de la materia que no nos enseñaron en el colegio y que es el más común y abundante en el Universo. En este estado  ya no es que las moléculas anden sueltas a su bola, sino que los átomos, cachos aún más pequeños que la molécula, se han comenzado a separar también y pierden otros trozos llamados electrones. Como veis, la regla es que cuanto más calor haya, mas suelto anda todo;) y a la inversa.


Representación simplificada de la transición entre estados de la materia.
Los bloques rayados representan moléculas (tremendísimamente
ampliadas, claro;), libres en el gas y partidas junto a sus átomos en el
plasma o gas ionizado

Pues ahora que controlamos esto, volvemos a los inicios del Universo, con un calor de mil pares de narices por lo apretujado que estaba todo. Con ese calor ingente es imposible ya que los átomos puedan juntarse para formar nada, ni sólidos, ni líquidos o gases. Ni siquiera plasma. Nada de nada, ni siquiera los fotones, los átomos de luz, pueden formarse y aún después de que apareciesen tardaron un rato largo en furrular con normalidad. Así, durante los primeros años del Universo este estaba muy comprimido y, por ende,  muy muy, pero que muy caliente. De ahí, y por todo lo dicho hasta ahora estos primeros estadios fueron también muy muy pero que muy oscuros. No había luz.

Unos 400.000 años después del Big Bang, con el Universo en constante expansión, la temperatura estaba lo suficientemente baja para permitir la aparición de fotones y su desplazamiento habitual por el espacio: Había nacido la luz, así, de repente. El paulatino enfriamiento causado por la descompresión lo había permitido.

Desde aquel momento, las imágenes comenzaron a viajar en forma de luz y es esta frontera temporal la que nos marca hasta dónde podemos mirar lejos para ver imágenes del pasado. Más atrás de ahí, no había ni imágenes.

De aquel “fogonazo” inicial que supuso el nacimiento de la luz, queda aún un eco, porque fue algo muy gordo. Y como se produjo a la vez en todo el joven Universo, el eco puede escucharse aún en todos sus confines. Los radiotelescopios han detectado, se apunte a donde se apunte en el cielo, la llamada radiación de fondo, un eco en forma de microondas que atestigua que un día, de repente, la luz nació gracias a un paulatino enfriamiento.

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