Cerebro e Intestino: o cómo lo que comes influye en lo listo que eres;)

El tamaño del intestino y el cerebro están íntimamente relacionados, al igual que lo pueden estar el tamaño corporal total y la susodicha masa encefálica. ¿Qué quiere decir esto? Que, básicamente, a mayor tamaño corporal de un animal, tendrá un mayor tamaño cerebral, con matices, claro. No obstante, la relación de tamaños de intestino y cerebro es todavía más directa… y opuesta. Una especie con un intestino pequeño contará con un cerebro grande, en comparación con otra especie de igual tamaño corporal pero de intestino más grande. Y para acabar de liar la historia, un círculo vicioso: El tamaño del intestino está relacionado con la dieta de cada especie y esta, a su vez, con el tamaño de su cerebro, mientras que el tamaño del cerebro determina el tipo de dieta del “bicho”;) Así que, lo que comes determina tu tamaño cerebral y tu tamaño cerebral determina lo que comes;) ¿Que no? Mira;)

El corazón, los riñones, el hígado y, cómo no, el cerebro y el intestino, son los principales consumidores de energía de tu cuerpo… y los de los demás primates y animales, claro.

Los tres primeros órganos internos de la lista anterior aumentan su tamaño y su consumo, directamente, en función del tamaño del cuerpo que administran;) “Gastan” más carburante cuanto mayor sea el cuerpo que tienen que mantener. De lógica aplastante.

Sin embargo, el tamaño de cerebro e intestino son más “maleables”;) Animales y primates de similar tamaño corporal, con corazones o riñones de idéntico volumen, pueden tener intestinos y cerebros de tamaños dispares. La única “regla” es que uno estará en función del otro: Un intestino grande implicará un cerebro pequeño, mientras que un intestino pequeño permitirá que la energía remanente pueda alimentar a un cerebro de mayor tamaño.

La dieta es otra de las variables clave en esta relación entre tripas y colondro;) Para poder digerir un alimento menos elaborado (véase, hojas o hierba;) un animal necesita un intestino de más tamaño. En primer lugar, porque el escaso poder nutritivo de los hierbajos se ha de compensar con una mayor ingesta: Tiene que comer mucha hierba de nuestro señor;) Y, en segundo, porque se necesita una digestión más costosa para poder extraer nutrientes de alimentos poco preparados (bioquímicamente hablando) como este.

En cambio, animales que se alimentan a base de, por ejemplo, frutos, (comestibles más elaborados, calóricos y de más fácil digestión) obtienen más energía con menor volumen de ingesta... Con menos pitanza igualan el carburante que le meten al cuerpo, vamos.

Así pues, el animal que come fruta no necesita un intestino tan grande como el que se alimenta de hojas, porque obtiene la misma energía con un menor gasto de “carburante” en digestión. Este “combustible” sobrante puede invertirse en sostener un cerebro mayor, que, por otra parte, será necesario para poder aprender conductas más complejas como las de la recolección de la fruta.

Y he ahí otra clave. La hierba o las hojas son alimentos fáciles de encontrar y de llevarse a la boca. No necesitas un cerebro demasiado grande, vamos, una inteligencia notoria, para alimentarte de hierba, pero sí un pedazo intestino para digerirla, ya sabes.

Sin embargo, la fruta ya es otra historia. Es más calórica y de más fácil digestión, vale, pero no es tan abundante. Así que el animal que quiera vivir de ella necesitará una buena capacidad visual para detectarla entre las ramas de solo algunos árboles. También necesitará una buena visión en color para saber qué fruta está madura y puede comerse y cuál está verde. Necesitará, igualmente, de destrezas especiales para poder subirse a altas ramas y acceder a los suculentos frutos. Y necesitará una buena memoria para recordar dónde hay buenos árboles con fruta, cuáles son comestibles y cuáles peligrosos, o en qué época del año se da cada una…

Todos estos comportamientos, habilidades y destrezas, precisan de un cerebro de considerable tamaño, que pueda proporcionar al animal en cuestión la inteligencia suficiente para todo ello y que podrá mantener desde el punto de vista energético gracias a que la digestión más fácil de la fruta permitirá reducir su intestino…
(Si quieres saber más del tema, en "El cerebro en evolución", John Morgan Allman, encontrarás más y mejores claves.)

Así que sí: Lo que comes influye en lo listo que eres;) Y lo listo que eres influye en lo que comes;)

El misterio de la aparición de la cocina
El cerebro de los humanos es considerablemente mayor que el de primates de similar tamaño corporal. Nuestro intestino es, además, más pequeño. Y seguro que ya has visto una evidente diferencia alimentaria entre “ellos” y “nosotros”: “Nosotros” cocinamos. Y aunque parece una perogrullada, no lo es tanto. Mira:

El aplicar calor para cocinar los alimentos favorece la preparación de los mismos para una más fácil y eficaz digestión, con menos esfuerzo y menos gasto energético-metabólico (el “carburante”, vamos). Además, el calor elimina bacterias y otras posibles “amenazas alimentarias”;) de las que se debería ocupar un intestino “potente”. A cambio, la cocción permite que un intestino más “endeble” pueda procesar igualmente comestibles de gran poder calórico, con menos “amenazas”. Así que la aparición de la cocina en la historia de la Humanidad permitió la reducción del intestino y de su consiguiente carga energética asociada. Mientras, el “combustible sobrante” puede invertirse en un cerebro mayor… y más “listo”;)… justo lo que les hacía falta a los homínidos que descubrieron el control del fuego para que se les ocurriera aplicarlo a la cocina;)

Así que, ¿qué fue antes?, ¿la cocina que permitió un intestino menor y un cerebro más grande o un cerebro más grande que permitió descubrir la cocina?

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